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Cuba en Sucesión

La Intervención norteamericana en la Guerra de Independencia de Cuba y los rencores colaterales

La Intervención norteamericana en la Guerra de Independencia de Cuba y los rencores colaterales

El periodista Will Weissert, en un trabajo publicado el “El Nuevo Herald”, bajo el título “Rencores por batalla de 1898 siguen vivos en Cuba”, pide que nos olvidemos del bloquebargo económico impuesto por el gobierno de los Estados Unidos al régimen totalitario de Fidel Castro y pretende demostrar que las consecuencias directas de lo que ocurre en Cuba provienen de la intervención militar yanqui en la guerra de independencia de los cubanos.

Muy escuetamente, dice el Sr. Weissert que “…Si bien todo empezó como una guerra por la independencia de Cuba, los estadounidenses les prohibieron a los cubanos ingresar a Santiago y negociaron ellos mismos la paz con España…”

La Guerra de Independencia de Cuba se encontraba acéfala en esos momentos. Los dos principales artífices de la misma habían muerto en combate. José Martí en Dos Ríos y Antonio Maceo en Punta Brava.

Los norteamericanos enviaron un “mensaje a García”, en el cual le solicitaban la cooperación de sus fuerzas en apoyo al desembarco, por las costas orientales de Cuba.

El General García, a la sazón Lugarteniente General del Ejército Libertador, sin consultar previamente con el General en Jefe, Máximo Gómez, ni con el Presidente de la República en Armas, accedió a tal petición. Luego alegó que no había tiempo que perder pues la situación militar de los mambises se deterioraba después de la caída en combate de Maceo el 2 de diciembre de 1897.

Lo que no recoge la historia es, que jamás el gobierno de los Estados Unidos de Yanquilandia había reconocido al Gobierno de la República de Cuba en Armas.

De haberlo hecho, le hubiera correspondido entrar en Santiago de Cuba al Presidente cubano (de la República en Armas) y al General en Jefe Máximo Gómez. No obstante, fue Calixto García Iñiguez el que entró en Santiago de Cuba, acompañado de su Estado Mayor.

Lo que no permitió el Gobierno de Yanquilandia fue la entrada de las tropas mambisas en la ciudad.

Al no estar reconocido el Gobierno de la República en Armas, los norteamericanos no se vieron nunca en la obligación de convidar a nadie a la firma de los acuerdos de paz con España. Calixto García fue invitado, bajo la condición de no tener ni voz, ni voto. Ante ésta situación y reconociendo que había cometido una indisciplina que había puesto la libertad de Cuba en una posición de limbo político, no aceptó la invitación y escribió una carta de desagravio.

Después de cuatro años de estar gobernando Cuba y ante el esfuerzo de los patriotas cubanos por alcanzar la independencia, los Estados Unidos de Yanquilandia fueron “magnánimos” y concedieron la independencia bajo la condición de una Enmienda propuesta por el Senador Platt, en la cual, entre otras tantas cosas, quedaba en suspenso la situación territorial de la Isla de Pinos, la imposición de tres bases norteamericanas en suelo cubano, supuestamente carboneras (pues en aquella época aun los barcos se movían con ese tipo de combustible), así como el derecho (humillante) de intervenir en los asuntos internos de Cuba cuando se les antojase.

La guerra comenzó con el hundimiento del barco militar estadounidense Maine en el puerto de La Habana, el 15 de febrero de 1898, cuando la nave protegía los intereses norteamericanos en Cuba. Murieron 267 estadounidenses.

Uno de los tantos hechos diluidos en la historia. ¿Qué necesidad tenían, los españoles, de hacer explotar un acorazado en plena bahía de La Habana? Mayores motivos hubieran tenido los mambises en tal empeño. Lo que al parecer está claro (en nuestros días) es que aquello no pasó de un accidente, aprovechado hasta las máximas consecuencias por, el gobierno y la prensa de Yanquilandia, para desatar, no la primera guerra de expansión territorial (ya le habían arrebatado a México más de la mitad de su territorio), pero sí una de las tantas a nivel mundial.

Un detalle muy importante, en los tiempos que vivimos es, que la mayoría de los 267 norteamericanos que murieron eran negros.

Dice Weissert que “…El pacto de libertad y fraternidad se diluyó pronto y las intervenciones estadounidenses facilitaron la instalación de una serie de gobiernos débiles y corruptos…”

Si alguna vez existió un pacto de libertad y fraternidad, no tuvieron tiempo de ponerlo en práctica. Las leyes impuestas por los norteamericanos, resultantes de los acuerdos de paz con España, preveían el respeto por las propiedades de los comerciantes y terrateniente españoles. No hubo compensación de guerra de los vencidos españoles a los perdedores cubanos, pues estos, al no ser reconocidos como vencedores, nada podían reclamar.

Los jefes mambises, en su mayoría de las provincias orientales, habían quedado arruinados después de la guerra. De esta forma y comprando (al barato), los norteamericanos se hicieron dueños de la mayor parte de las tierras productivas orientales, dedicándolas (en su mayoría) a la producción de caña de azúcar.

La economía continuaba prácticamente en manos españolas, mientras que los que dirigían la política eran unos muertos de hambre, llenos de glorias no reconocidas, a la sombra de una espada de Damócles a la primera que no correspondiera a las exigencias yanquis. Debilidad, corrupción y mucho odio de los cubanos (de todas las denominaciones) hacia lo que consideraban una traición de los llamados “campeones de la libertad”.

Hasta que apareció Fidel Castro, dice Weissert.

Desde el inicio, Fidel Castro demostró ser un avezado político. Demagógicamente vinculó la revolución (que fue de todos los cubanos y no solamente de Fidel Castro) a la lucha por la independencia de 1898. Claro está, Fidel Castro, ni ninguno de los líderes de los grupos insurreccionales (como pudiera haber sido el Directorio 13 de Marzo) había pactado, esta vez, con el gobierno de Yanquilandia. El único que había hecho el intento de que los yanquis intervinieran en la revolución, había sido Raúl Castro, cuando el famoso secuestro de los norteamericanos de la Base Naval de Guantánamo.

Weissert afirma que: “…El resentimiento de los cubanos con el gobierno estadounidense data de antes de Castro. Muchos cubanos piensan que la isla se hubiese independizado de España sin necesidad de una intervención estadounidense…”

Hay muchos que piensan y así nos lo han inculcado desde que tengo uso de razón. Que los mambises hubieran ganado la Guerra de Independencia a España, sin la intervención de los Estados Unidos de Yanquilandia. Nada más falso.

España aun era una potencia mundial y tenía recursos suficientes para mantener un ejército de un millón de hombres en la isla de Cuba. Sin embargo, en las filas cubanas predominaba el desaliento al no estar presente José Martí, el aglutinador de todas las fuerzas mambisas y faltar el brazo ejecutor, Antonio Maceo. Los recursos escaseaban.

El gobierno de los Estados Unidos de Yanquilandia no colaboraba con la insurrección cubana desde su territorio. Todo lo contrario, cada vez que podía requisaba los alijos de armas y estipulaba grandes multas a los “traficantes” (mambises).

La política de reconcentración de Valeriano Weyler había exterminado los campos cubanos y la tea incendiaria de Máximo Gómez había acabado con lo poco que quedaba. Los mambises se morían de hambre.

Weissert cita a un profesor de la Universidad de Carolina del Norte, llamado Luis Pérez, el cual dice lo siguiente: “…el episodio de 1898 afectó tanto las aspiraciones de los cubanos de controlar su propio destino que sigue teniendo un importante impacto en la sociedad cubana. Agrega que Fidel y Raúl Castro fueron un producto del malestar generado por la batalla de la Loma de San Juan, no los causantes de ese enojo…”

Discrepo con el Profesor Luis Pérez. Fidel y Raúl Castro no son un producto del malestar generado por la Batalla de la Loma de San Juan. Ellos lo que han sabido hacer es utilizar, en beneficio propio, los efectos históricos de la intervención norteamericana en Cuba.

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