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Cuba en Sucesión

Fidel Castro, los niños y la agricultura

La escuela al campo no mata a nadie”. Ese planteamiento puso «picante» a la asamblea provincial de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) de Matanzas (Cuba).

¿Para qué vamos al campo?, fue otra de las preguntas que movió resortes en los jóvenes.

Para aquellos que no tienen memoria histórica, debemos recordar que una cosa es “La Escuela al Campo” y otra, bien distinta es “La Escuela en el Campo”.
La Escuela al Campo surgió en los primeros años del proceso neofeudalista (totalitarista) del régimen de Fidel Castro como medio para luchar contra el proselitismo religioso de la iglesia católica en Cuba. No debemos jamás olvidar que la fecha escogida para la actividad “campestre” siempre coincidía (no por casualidad) con las vacaciones de la Semana Santa (después de logrado su propósito cambió).




La Escuela en el Campo surgió muchos años más tarde, cuando el régimen previó que las mayores dificultades surgen siempre a partir de los más jóvenes. Decidió, entonces, desvincular a los jóvenes de la ciudad y del seno familiar. Aislar, los unos de los otros, en centros agro-estudiantiles separados por decenas de kilómetros, con pase semanal o quincenalmente, en dependencia de las “necesidades”.




De esta forma, el gobierno, tenía el control (durante las 24 horas del día) de los adolescentes. Mientras tanto, ignorando la patria potestad de los padres, manipulaba a la muchachada, conduciéndolos a actividades políticas de diversos géneros, utilizando para ello a las organizaciones estudiantiles como la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) y la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).




La FEEM, que es una organización creada a imagen y semejanza del régimen neofeudalista (totalitario), se abroga el derecho de criticar “con dureza” a los estudiantes que no quieren ir a la Escuela al Campo. De forma ambigua critican a los que van sin estar conscientes de esa “tarea”. Se atreven a discriminar a sus condiscípulos diciendo que “esos son los que transmiten energía negativa”. Por último atacan a los estudiantes enfermos, al decir que se valen de certificados médicos para no asistir.




Dicho esto, debemos reconocer que la mayoría participa en estas movilizaciones, aunque el entusiasmo y responsabilidad se puedan poner en duda. ¿Por qué asisten? Primeramente porque se encuentran fuera del control paternal y el control oficial brilla por su ausencia. En segundo lugar, porque en una sociedad donde la alimentación es abastecida por el desgobierno y ésta no alcanza para 15 días, es imposible rechazar desayuno, almuerzo y comida (aunque la calidad y la cantidad sean discutibles). En tercer lugar, porque las referidas organizaciones juveniles tienen la ignominiosa tarea de llevar las estadísticas de aquellos que no asisten y los que no colaboran de forma conciente. Estas estadísticas (políticas) serán decisivas en sus ulteriores estudios universitarios y el desenvolvimiento de la vida cotidiana de sus padres.




Para nadie es secreto que éste resulta un compromiso político de los estudiantes y que se debe arrastrar a todos en ese derrotero de producir “alimentos”.
Como forma de sustentar lo que he escrito en párrafos anteriores, me remito a las palabras de Yosveny Verdial, primer secretario de la UJC en la provincia, quién afirmó que “debemos evitar los discursos vacíos y banales, y sí dar pasos sólidos con el ejemplo personal de los dirigentes estudiantiles, porque hay mucho trabajo por hacer”.

Según directivos de Educación, en las movilizaciones en la provincia todas las escuelas han sido productivas, rentables, no tienen pérdidas. Según los directivos de la agricultura, es todo lo contrario.

El desgobierno pretende que asistan hasta los que tienen certificado médico de enfermedad, “pues podrían realizar otras tareas que no le afecten la salud”.
Han rescatado muchos campamentos, que no dicen porqué se encontraban destartalados. Todos los que por allí pasamos. Ya fuese como estudiantes, o padres, o abuelos de alumnos, sabemos perfectamente que dichos campamentos una vez construidos, jamás recibieron mantenimiento.

Han pasado por los mismos campamentos tres generaciones y hoy los abuelos, que visitan a sus nietos estudiantes, saben cuales son las deficiencias sin que nadie se las tenga que mostrar.

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